miércoles, 15 de octubre de 2014

Invitación a reflexionar sobre la rabia y el miedo.

Agosto 11, 2014


La rabia y el miedo no solo son las dos emociones más primarias de los seres 
humanos, sino que son también las emociones más evidentes en el imaginario 
de los colombianos en la coyuntura actual del país. Rabia de millones de 
votantes que después de las reciente elecciones presidenciales se sintieron 
perdedores de su propuesta de no-impunidad para los criminales y miedo a un 
futuro peor que el presente, aquel manejado por fuerzas subversivas. Rabia, al 
otro lado, de quienes ven amenazado el anhelo de paz por la propuesta 
militarista-punitiva y miedo de que este país se vuelva a incendiar en las 
rabias y rencores históricos de siempre.

Rabia y miedo que generan señalamientos agresivos de ambas partes a tal 
punto que en cada señalamiento se ven reflejados unos y otros como idénticos. 
Juego de espejos abierto al infinito en que unos y otros arrastran culpas en la 
responsabilidad histórica de las heridas que en la guerra se han infligido los 
adversarios. Esta es la condición de las culpas compartidas.

Cuando la guerra degrada a los enemigos, se hace infinito el mutuo 
señalamiento y se cae en un laberinto que se pliega sobre sí mismo: la salida 
es entrada y la entrada salida; el centro es periferia y la periferia centro. La 
solución es imposible. Es la condición humana fragmentada que trata de 
establecer, en la larga noche de la guerra, las culpas y responsabilidades en 
una sola dirección, en un solo culpable y en un solo castigo. Es la rabia y el 
miedo que impiden lecturas de corresponsabilidad en las causas de las heridas 
que ha dejado la guerra.

Estamos expuestos al peligro de que el miedo y la rabia se conviertan en 
pandemia nacional. Miedo y rabias colectivas por no ser capaces de superar la 
violencia con la cual hemos tratado de resolver los antagonismos y las 
diferencias de intereses en el juego de acumular capitales y condiciones 
materiales para satisfacer las necesidades que la vida plantea a los individuos.

Miedo de los que no querrán participar de la legitimidad y la legalidad de las 
formas de acceder a la riqueza porque permanecerán como remanente de la 
guerra en las fronteras de la ilegalidad. Miedo a un sistema político y social dé 
garantías y justicia que no hemos conocido porque la guerra y la indignidad 
nos han negado conocer la democracia en plenitud.

La memoria coagulada-vengativa por el pasado violento que hemos sufrido nos 
pesa, nos frena y nos encorva, a tal punto que no vemos ninguna luz de 
futuro distinto.

Decía la politóloga Hannah Arendt que existen dos grandes tiranos para los 
individuos y los pueblos: el pasado y el futuro. Un pasado que nos produce 
rabia y un futuro que nos genera miedo.

El pasado se hace dictador de la rabia y el miedo al futuro paraliza. La rabia es 
resentimiento, una fuerza emocional conservadora que condena a vivir en 
clave de pasado, difícil situación para el advenimiento de la creatividad y de la 
innovación. Repetición de lo mismo como en el mito griego de la tragedia, 
Prometeo encadenado, Tántalo y Sísifo condenados a repetir eternamente el 
ciclo de la vida y la muerte en un solo individuo.

Arendt llegó a proponer que contra la irreversibilidad del pasado era necesario 
realizar ejercicios de perdón y contra la imprevisibilidad del futuro era 
necesario generar pactos.

Esta propuesta tiene una pertinencia singular en la coyuntura actual del 
proceso de paz en Colombia. La paz sostenible pasa primero por procesos de 
perdón que desatan lo más sublime de los seres humanos o sea, el lenguaje y 
las narrativas de la compasión. Segundo, la paz necesita de pactos o sea del 
esfuerzo de recuperar confianza en los otros y en especial en los ofensores. 
Desconfiar en el otro es desconfiar de mí mismo. Por paradójico que suene: 
confiar en el otro es confiar en mí mismo.

Transitar de pasado-rabia hacia perdón-compasión, y de futuro-miedo hacia 
pactos-confianza es la transformación que necesitamos los colombianos para 
realizar el salto evolucionario de sociedad de castigo-revancha a sociedad de la 
corresponsabilidad-compasión. Es el gran reto y la gran oportunidad histórica 
que tenemos. Es la luz que nos permite ver horizontes nuevos, llenos de 
progreso, dignidad y libertad.

"A los que me amenazan, les ofrezco por anticipado mi perdón"


Palabras del padre Leonel Narváez Gómez a próposito de las amenazas a los defensores de Derechos Humanos en Colombia.

Es paradójico que te amenacen de muerte porque trabajas por el perdón y la reconciliación. Pareciera un crimen atroz reivindicar el derecho a la justicia restaurativa tanto para ofensor como para ofendido reclamando la infinita dignidad  humana que los encarna a los dos.

En ocasiones como estas no puedes dejar de pensar y de vivir en la fe que ha inspirado tu vocación de servicio y fraternidad. A los que me amenazan, les ofrezco por anticipado mi perdón y mi comprensión. ¿Para quién más que para un sacerdote católico pueden cobrar especial fuerza las palabras del Maestro Jesús en la cruz cuando se dirige al Padre diciendo: "Perdónalos porque no saben lo que hacen?”.

Los perdonamos porque entendemos que ustedes no son totalmente responsables de su  equivocación, de su rabia. Alguien en algún lugar les ha infectado su rencor. Ustedes son también víctimas como posiblemente lo seremos también nosotros. Nos une la misma suerte del dolor compartido. Sabemos que les han robado el derecho al amor, pero jamás podrán quitarles el derecho que tienen a la misericordia y a la ternura de un Dios-Padre-Madre que les ama sinfín, más allá de sus fallas y limitaciones. Los perdonamos porque no tenemos miedo a la muerte, mucho más cuando somos hijos de la cruz, llamados a ser ofrenda, corderos que quitan los pecados del mundo.

Ustedes no saben lo que hacen porque las reivindicaciones del respeto a los Derechos Humanos no pararán jamás en el futuro de los pueblos, y porque quienes a hierro matan niegan el futuro de paz para sí mismos y para los suyos; porque las muertes físicas de las personas cuando son violaciones al derecho a la vida, son semillas que encienden más antorchas por la dignidad que las que apagan; porque la verdad de los crímenes demora en constituirse en materia de violaciones a Derechos Humanos, pero no logra ocultarse por siempre. La historia reciente de Colombia así lo muestra.

Los invito a que nos sentemos a conversar. Conversemos primero sobre las armas como el fracaso de la palabra. Pensemos en estos últimos 60 años de historia de Colombia, que son posiblemente los que mejor recordemos. Nos impresionará darnos cuenta que de nada han servido las armas y que somos producto manipulado de economías políticas del odio y de miedo, que nos han infectado otros, por décadas. Y lo peor de todo, nos daremos cuenta que hay  élites en Colombia (de todo tipo) que nos han trasmitido esta infección de rabia y de odio, que inconscientemente seguimos pasando a otros.

Llegaremos a aceptar que las armas reflejan nuestros cerebros arcaicos y cavernarios y, entonces, nos animaremos a hacer esos ascensos históricos y civilizatorios que nos llenan de progreso y de paz.

Segundo: conversaremos sobre lo sublime de la dignidad humana que nos une. El gran Nelson Mandela nos recordará que en mí habitas TÚ y que por tanto debo respetarte y amarte como a mí mismo. En el otro estoy yo y en mi yo habita el otro. Esta suprema dignidad del otro queda superada por cualquier ideología que profesemos. No he dejado de recordar en estos días, al protagonista de la novela “Crimen y Castigo”, Raskolnikov, joven estudiante que consideró que podía quitar la vida de otros para fundamentar sus ideas. El premio de Raskolnikov a su violencia fue el remordimiento sin fin, la trágica crueldad que se vuelve contra el autor de un crimen. He encontrado en las cárceles de Colombia una constante similar a la de Raskolnikov: quien mata a otro ser humano, queda perseguido por la pregunta eterna y angustiante del por qué, cómo y cuándo cayeron en esa tristísima oscuridad del crimen, en el laberinto de la criminalidad compulsiva. Al final, no les queda más que aceptarse como asesinos de sus propias vidas.

Tercero: conversando les comentaré que somos y hemos sido inmensamente ricos al contar, como interés fundamental de vida, con una desproporcionada ambición por la alegría y por el bienestar en dignidad de uno a uno, todos y cada cual de los hermanos que habitamos el planeta. Hemos vivido la vida en la tranquila sensación del servicio, hemos hecho votos de pobreza, de castidad y de obediencia. Hemos sabido compartir secretos oyendo a quienes requieren, como ustedes, confesar los dolores del alma debido al maltrato hacia otros y de otros hacia ustedes. Somos ricos, inmensamente ricos en paz y en agradecimiento de muchos a quienes hemos acompañado en horas de dolor e indigencia.

Hoy, gracias al perdón, nos hemos puesto en paz con Dios y estamos convencidos de que la sangre de muchos como nosotros, tarde o temprano, se convertirá en semilla de paz y felicidad para los colombianos. Les ofrecemos con cariño este evangelio del amor. 


Publicado en la página: http://www.reconciliacioncolombia.com/

lunes, 13 de octubre de 2014


SIN PERDÓN NO HAY PAZ SOSTENIBLE
En días pasados el presidente de la Fundación para la Reconciliación, padre Leonel Narváez, recibió a un periodista de un medio nacional que lo entrevistó acerca de la coyuntura nacional. Estas fueron algunas de sus respuestas:

1. ¿Cómo recibe usted la instalación del Congreso el pasado 20 de julio?

Se inaugura un período legislativo denominado “El Congreso de la paz”. Hemos oído los discursos de apertura de las bancadas del Senado y es evidente que el proceso de paz estimará promover y facilitar una cultura política de perdón entendida como un ejercicio de ascenso cultural.

2    ¿Este proceso de paz es un proceso exclusivo del Presidente Santos u otros también merecen crédito en ese posible camino? Una tradición democrática de base se ha sostenido en Colombia y por lo tanto la alternancia de la guerra y de la paz ha tenido como eje sin embargo, el juego democrático. Columna vertebral que siendo frágil, de todos modos ha logrado sostenerse en el tiempo. Sin embargo, todas ellas han aportado a la construcción de condiciones de posibilidad de un proceso de paz como el que hoy estamos ad portas de concluir. En mi galería de los pro-hombres de la paz en Colombia cabe la lista de los Presidentes de los últimos 56 años, todos a su manera han contribuido.  
3    Pero ¿cómo facilitar ese proceso de Reconciliación? Para que todos entendamos,  es elemental recordar la instrucción de uso que traen las cajitas de los pegantes: límpiense bien las partes antes de pegar. Estoy hablando de la necesidad de una voluntad política decidida para generar –desde las élites hasta las masas-  el  desarrollo de modelos teóricos y metodológicos en pedagogías de cultura de política de perdón y reconciliación. Veo al Congreso de la República, al Ministerio de Educación y en fin, a todos los organismos nacionales e internacionales concurriendo en una gran alianza para promover y consolidar esta cultura de perdón sin la cual no hay paz sostenible.
4    ¿Cuáles son brevemente los componentes de una Cultura Política de Perdón?
Es importante anticipar que el perdón no es olvido, tampoco negación de la justicia, menos es abrazarse con el ofensor. El perdón es el ejercicio de asepsia personal que impide  el posicionamiento malsano de  ese trío perverso de rabia-rencor-retaliación que asecha constantemente la memoria de una víctima. Perdón es transformar la memoria ingrata de una ofensa  y generar narrativas nuevas para realizar el salto evolucionario de la retaliación a la compasión y la bondad.

La reconciliación en cambio, es el arduo ejercicio comunicativo para recuperar con el ofensor los niveles de confianza que juzguemos necesarios.  Los expertos de nuestra Fundación para la Reconciliación constatan una y otra vez que puede haber perdón sin reconciliación y que la reconciliación sin perdón queda inestable y quebradiza.

   Muchos en Colombia sostienen que el perdón es un tema  religioso y por lo tanto un tema de la esfera privada... Como nunca hoy, ha habido tanta coincidencia explicita o no, en los grandes generadores de opinión publica en Colombia, sobre la necesidad y urgencia del perdón. En mi propia biografía de más de 15 años de perseverar en el esfuerzo de colocar el perdón en la esfera pública, hoy más que nunca, desde diferentes matices ideológicos  encuentro más aliados que opositores. Si la rabia, como dicen los expertos en salud pública, es uno de los vectores de riesgo de mayor contagio, el perdón es el  mejor reconstructor del tejido humano y social que disponemos. La fórmula del perdón contiene y conlleva los ingredientes de la verdad, la justicia transicional y restaurativa, la reparación, el pacto colectivo, la memoria y los principios de no repetición, fundamentales en todo proceso de reconciliación. El perdón es una virtud política. El perdón es un ejercicio de alta democracia pues quien no perdona excluye. El perdón a futuro será un derecho humano.
6    ¿Qué mensaje enviarle a los Colombianos para guiar el acompañamiento del proceso de paz? En el 1830, el Libertador Simón Bolívar en su última proclama  golpeado por la profunda tristeza de la división mezquina por los poderes en Colombia pronunció públicamente una frase poderosa: yo les perdono! 

Con profundo respeto a la memoria del Libertador, invito a todos los Colombianos y Colombianas a recuperar y fortalecer el profundo legado cristiano del perdón sin el cual nuestro capital espiritual – y cualquiera otro- pierden todo sentido.